Un interesante y muy ameno libro para todos aquellos que disfrutan de la historia cultural, con más de una sorpresa referida al mundo de las falsificaciones de arte y arqueología. Schávelzon agrega un condimento novedoso a las futuras visitas que realicemos a los museos, especialmente si atesoramos un Sherlock Holmes en un rincón del corazón...
Fragmento:
"Algunos estudios recientes muestran que las falsificaciones -las de verdad, no las artesanales- son tan comunes en América Latina que han engañado a los profesionales, con certeza desde el siglo XVIII. En realidad, se producen sistemáticamente en Europa desde el Renacimiento, aunque existen desde mucho antes. Podemos remontarnos a Egipto sin problemas, de tal forma que muchas de las construcciones tipológicas, cronológicas y culturales de nuestra historia del arte tienen errores tan graves que ahora son imposibles de subsanar. Recordemos que todo lo que se ha dicho y escrito sobre el tema ha sido en torno a las falsificaciones mal hechas —por eso se las ha descubierto—, pero las realmente buenas no han sido identificadas y seguramente no lo serán nunca.
Un ejemplo de negación del problema es el caso de la Argentina, donde no se han publicado más que un par de artículos sobre este tema, pese a los tremendos desengaños habituales. Desde hace medio siglo, somos buenos exportadores de cuadros falsos y tenemos, lamentablemente, esa fama bien ganada por la calidad de nuestros productos. Calculamos que hoy en día, en las colecciones arqueológicas tanto privadas como públicas, más de la mitad de los objetos son falsos, salvo muy contadas excepciones; y en las de arte, mucho más. Por eso, en la actual caja fuerte de nuestro mayor museo, el de La Plata, se guardan entre los tesoros dos piezas precolombinas falsas, una de ellas ya denunciada en 1904, pero que nadie recuerda.4 En sus vitrinas de arqueología americana, hay varias piezas falsas en exhibición y algunas no costaron más que un par de dólares en algún aeropuerto.
Esto no es extraño si entendemos que el nacimiento de la arqueología misma, de la mano de Henri Schliemann, en Troya, se hizo por medio de un hallazgo extraordinario que nunca existió:
la tumba de Príamo. Y las joyas de Micenas que cubrieron de oro a su esposa fueron en su mayor parte compradas por toda Turquía, es decir que no son del lugar, e incluso varias son simples falsificaciones. No todo, por supuesto, es falso; pero Schliemann armó el tesoro juntando los pequeños objetos hallados en fechas anteriores o en diferentes lugares, y con lo comprado a distintos comerciantes. Intentó dar un golpe de efecto, y lo logró.
La pregunta que irrumpe de inmediato, aunque no sea la principal, es cómo podía haber tantas piezas falsas, distantes una de la otra, cuando él fue el primer arqueólogo. Y del interrogante surge una respuesta: quizás es cierto que las falsificaciones preceden a la demanda, al interés por comprarlas. Esto nos hace repensar el tema del mercado —la oferta y la demanda— y el rol de los coleccionistas y de los museos como los grandes culpables de la alta producción de falsificaciones. Es más, ésa será una de las hipótesis de este libro: hay hechos culturales que afectan al mercado de las antiguedades, pero que son previos a su propia existencia porque no son parte del mercado mismo, sino de otro circuito diferente, aunque paralelo.
Todo esto es muy complejo: pensemos que la historia del arte griego plantea la existencia de tres etapas: después de la arcaica, hay una época clásica y finalmente la helenística, con sus modelos y ejemplos definidos a lo largo de casi dos siglos. Preguntémonos qué pasaría si los ejemplos que consideramos relevantes de una etapa pertenecieran en realidad a la otra, qué ocurriría si consideráramos que han sido algunos críticos e historiadores del siglo XIX los que ubicaron a cada una donde les convino y no donde los datos empíricos indicaban, porque en ese caso el esquema de evolución, darwiniano al fin, no hubiera cerrado. Esto pasó nada menos que con la citada Venus de Milo, la que tenía una inscripción con el nombre del autor que fue borrada, porque si era verdad lo escrito, no era helenística sino clásica, y eso daba vuelta parte de la historia. Y sí, el Museo del Louvre la hizo borrar en 1821. Lo que llevaba escrito —“Alejandro hijo de Ménides, original de Antíoco de Meandro”- la ubicaba quinientos años después de Praxiteles, y eso no era aceptable en su confrontación con el British Museum, que tenía los frisos del Partenón entre otras muchas obras griegas clásicas. Al quitarle la base podía pasar a ser del siglo siglo IV a. C. según la clasificación de lo considerado clásico Vs. helenístico, y la competencia entre los museos podía continuar siendo de igual a igual.5 Ver hoy las ilustraciones nos permite meditar acerca de que hay muchas formas de falsear el pasado, incluso más de las que podemos imaginar.
A primera vista, los casos mencionados parecen muy distintos de lo ocurrido con el famoso libro Harry Potter, del que se habían publicado en un momento sólo cinco tomos escritos por J. K. Rowling, cuando en China ya existían siete. El interminable juicio le reportó a la autora sólo 2.500 dólares.6 Y en la década pasada, también en ese país, circulaba una segunda parte de Los puentes de Madison, sin créditos de autoría, porque la película había tenido gran éxito. Recordemos que la piratería de software le reporta más de 1.500 millones de dólares anuales a ese país.7
Al cantante de Creedence Clearwater Revival, su propia —y ex dicográfica— le inició un juicio porque, al hacerse solista, compuso una canción similar a otra que había creado cuando formaba parte del grupo. ¿Se plagiaba acaso a sí mismo? El fallo fue a favor del cantante. No pasó lo mismo con George Harrison y My sweet lord, su canción hinduista tan difundida, quien tuvo que pagar a quienes demostraron que en buena parte la habían hecho antes; y los Beatles mismos fueron protagonistas de un caso similar con su famoso Yesterday y una canción popular italiana. Michael Jackson pasó muchas veces por situaciones semejantes.
Por supuesto que el mundo de lo falso es inacabable: desde billetes y monedas hasta ropa y zapatos de marca, desde documentos hasta fotografías políticas. A mucha gente le han salvado la vida al permitirle salir de un país en guerra con documentos falsos, y quienes lo hicieron son héroes; los presidentes de ciertos países tienen sus dobles para evitar asesinatos; hasta los actores los tienen. En todo este mundo de imitaciones, el arte y la arqueología sólo ocupan una parte, aunque no menor, ya que los valores de las obras son enormes. Tal vez bastaría con mencionar que Bonhams, una casa de falsificaciones abierta al público en Londres, vende cada año unas trescientas obras no originales, en su mayoría de Van Gogh, a unos 10 mil dólares cada una.8 Y en ese sentido, podríamos afirmar que quien logre hacer “un buen Van Gogh” puede ganarse 50o 60 mifiones de dólares; es como para dedicarle toda la vida a un solo cuadro.
Quizá por eso es que han proliferado los negocios de cuadros “falsos auténticos’: aunque suene absurdo: pinturas bien copiadas que hacen público lo que son. Se venden abiertamente, incluso hay una buena revista llamada Reproduction para quienes están en el tema. Esto lleva, por supuesto, a pensar en cuál es el valor de lo falso. Si las llamadas ‘opias de época” se cotizan, y muy bien, según quién las haya hecho, ¿quién pone esos precios? ¿Qué mercado lo hace? Así llegamos a la conclusión de que existe un mercado supuestamente invisible de reproducciones y falsificaciones, que tiene sus estructuras de producción, circulación y consumo, con todas las leyes que lo regulan; aunque un poco más en silencio. Y si eso fuera poco, no olvidemos que existe la revista Antique & Collectors Reproduction News (ACRN), editada desde 1992, donde se pueden encontrar avisos de venta de materiales para detectar falsificaciones, o mejor dicho, cómo hacer para que no sean detectadas, conociendo los secretos de quienes las identifican.
En este libro no se intenta hacer una historia de todos los objetos culturales que se han falseado, sino sólo de los de arte, de su producción, circulación y consumo, tratando de construir una interpretación cultural inserta en una sociedad como es la de América Latina del presente. El estudio que se hará no es el de una investigación de laboratorio, es decir, de pigmentos, pastas u observaciones microscópicas que permitan identificarlos y dar cuenta de las técnicas empleadas. Nos interesa, en cambio, entender el fenómeno a partir de una mirada cultural. Por eso la gran pregunta en la que se centra este estudio es qué es falso y qué es verdadero, y no cómo reconocer la validez y la autenticidad de los objetos artísticos."
4 Juan B. Ambrosetti, “El bronce en la región Calchaquf en Anales del Museo Nacional de Bellas Artes, t. xi, núm. 1v Buenos Aires, 1904, pp. 164-314.
5 El tema fue tratado por medio de las narraciones de los actores del hallazgo en la Revue Archéologique, vol. vn, serie iv, París, 1906. Puede encontrarse un resumen en Robert Adams, The LostMuseum: Glimpses of Vanished Originais, Nueva York, The Viking Press, 1980.
6 El tomo siete fue distribuido en 2008, pero en China existía ¡diez años antes!
7 ‘Éstos y docenas de otros casos de plagios y falsificaciones en China han sido denuncta dos metódicamente por el Washington Post en 2002, como parte de una campaña orquestada por Estados Unidos para controlar el mercado de CD y software.
8 Linda E. Ketchum, “Forgery Producer Infiltrates Market with Fakes’ en Stolen Art Alerts, vol 4, núm. 4, 1983.
|